martes, 11 de septiembre de 2012

Acaparamiento de tierras. Un lado oscuro de la inversión extranjera

Extracto del informe de GRAIN "¿Inversión responsable en tierras agrícolas? Los actuales esfuerzos para regular el acaparamiento de tierras agravarán las situación".

La esclavitud no se regula. Se declara ilegal. De la misma manera, cualquier enfoque serio para luchar contra el hambre y la pobreza requiere garantizarle a los pueblos el control sobre sus tierras y territorios, no directrices y reglas sobre qué puedan hacer las corporaciones y los inversionistas extranjeros para trabajar para sí mismos. Lo que necesitamos no es inversión responsable en tierras agrícolas, sino restitución.
La actual ola de acaparamiento de tierras que afecta a muchas áreas del mundo es ampliamente reconocida como una realidad incuestionable y una amenaza importante. Hay pruebas documentadas de la existencia de cientos de acuerdos comerciales realizados en los últimos años, en diversos sectores, desde el forestal y minero hasta el aceite de palma y la producción porcina. Los cálculos publicados acerca de cuánta tierra implican, van de 80 millones de hectáreas hasta la impresionante cifra de 227 millones. Y los relatos acerca de despojos, violencia, muerte y asaltos étnicos asociados con estos arreglos comerciales han estado creciendo en forma sostenida. Sin embargo, la principal discusión política de quienes están en el poder no es cómo detener el acaparamiento de tierras sino cómo hacerlo funcionar.
Las agencias internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Banco Mundial o la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), están realmente preocupadas por las consecuencias negativas de lo que prefieren llamar adquisiciones de tierras a gran escala. Pero el papel que se asignan a sí mismas es el de aprovechar este dinero en nombre del añejo dogma del desarrollo —la creencia de que la inversión extranjera conduce al crecimiento económico que necesariamente derramará para todos. Sus esfuerzos se centran en crear reglas voluntarias que los gobiernos o las compañías pueden usar para disciplinar y encaminar las adquisiciones de tierra.
No vemos que los presidentes Sirleaf de Liberia, Omar al-Bashir de Sudán, Cristina Fernández de Argentina o Viktor Yanukovych de Ucrania estén pidiendo ayuda a gritos a la comunidad internacional para que los ayuden a detener el acaparamiento de tierras. Al contrario, la mayoría de los gobiernos quieren los contratos, los están firmando, y a menudo reprimen a las comunidades que se alzan y resisten la expulsión, o a quienes se quejan públicamente de los bajos salarios o de perder las tierras de pastoreo para su ganado. Es en pocos países que los legisladores, las cortes o los funcionarios administrativos y los partidos políticos estén tratando de establecer algunos límites básicos a la adquisición de tierras agrícolas ante el creciente interés de los inversionistas extranjeros.(1)
Mientras tanto, inversionistas del sector privado, como los fondos de pensión y los grupos de capitales privados, llevan la delantera y están organizando sus propios estándares para la adquisición de tierras agrícolas. Quieren protegerse de las críticas ofreciendo guías para que haya prácticas "responsables" en las inversiones de tierras agrícolas. Tales instrumentos de inversión responsable, sean códigos, principios o guías, están muy centrados en la protección monetaria de las inversiones. Están diseñados de modo semejante a las pólizas de seguros para brindar ciertas garantías de que se logrará algún monto de dividendos financieros. Esto puede ser muy importante para los inversionistas institucionales, como los fondos de pensión, que tienen una obligación fiduciaria que desempeñar.
Es claro que en los círculos del poder hay el impulso de aceptar el acaparamiento de tierras y convertirlo en algo más aceptable mediante reglas, regulaciones, marcos políticos o lineamientos, a pesar de que las organizaciones, los movimientos campesinos y los pueblos indígenas de las áreas afectadas exijan ponerle fin al acaparamiento de la tierra.
Algo en qué pensar
El qué hacer con el acaparamiento de tierras ha llevado a las autoridades públicas y a los líderes empresariales a un conveniente callejón sin salida. Por un lado, hay gobiernos y agencias internacionales tratando de establecer estándares para la inversión en tierras acordados de manera global y que serán voluntarios. Por otro lado, el sector corporativo está estableciendo sus propios estándares para las inversiones en tierras, que también son voluntarios, pero parecen responder a las necesidades internas de las corporaciones. ¿Se puede disciplinar el acaparamiento de tierras con estas iniciativas? Casi que nada, lo único que se logra es mantener el status quo. Es de suponerse que éste es el objetivo de los que están involucrados.
 Gran parte de la urgencia por regular estos negocios se reduce a palabras, específicamente con el intento de diferenciar "acaparamientos de tierra" de "inversión", y así establecer no sólo la legalidad de estos negocios agrarios a gran escala, sino también su legitimidad. "Una gran cantidad de nuestros signatarios no entiende cuando se habla acerca de acaparamiento de tierra", nos indicó un representante de los PRI de Naciones Unidas. (1) Para los inversionistas, puede no haber acaparamiento de tierras si las leyes son respetadas y se firman contratos. Lo que ellos no ven es que el término se refiere a un problema político, relacionado con los intereses, los derechos, las posiciones o puntos de vista de las personas y pueblos que son ignorados, sin importar cuán legal o informado pueda parecer el proceso de negociación o acuerdo final. Por ejemplo, una compañía puede darse la molestia de consultar al jefe de un poblado o al líder de la comunidad, pero ese jefe puede no representar el interés de las mujeres o niños en dicha comunidad.
También hay una injusticia temporal inherente. Mucho de estos negocios de tierras fueron firmados por un periodo de tiempo muy largo (entre 30 y 99 años), cambiando el destino de los miembros de las comunidades por hasta tres generaciones futuras. Cualquier transacción que comprometa grandes áreas de tierras rurales para las actividades de otros, es quitarle esa tierra a mucha gente e impedir muchos de sus posibles usos. Por eso son, para todas las intenciones y propósitos, acaparamientos de tierra.
Más aún, aunque el sector privado intenta distinguir los negocios realizados abiertamente (que quisieran que les fueran reconocidos como inversiones de "buena fe") de otros menos respetables (los cuales pueden continuar llevando el estigma de "acaparamiento de tierra"), muchos de estos negocios de tierras no son inversiones y no merecen la etiqueta de "inversión", sin importar cuán aceptable o responsable o de buena fe. Muy a menudo los negocios son especulativos; las tierras no son acondicionadas o puestas en producción, sino que simplemente se venden después de varios años. (2) Otros contratos se hacen con el propósito de obtener rentas. (3) El objetivo en estos casos es sacar renta financiera, no desarrollar las capacidades productivas de la tierra ni generar riqueza en la comunidad, lo cual implica una serie de costos adicionales. Si el modelo de negocios es maximizar las ganancias, entonces se deduce que los costos —incluidos los salarios, los derechos a la tierra y al agua etcétera— serán presionados a la baja tanto como sea posible. Esto no es inversión en ningún sentido socialmente positivo.
Pseudo inversión
Dando cuenta sobre la situación en Indonesia, John McCarthy de la Universidad Nacional de Australia describe de esta forma lo que está ocurriendo: "En muchos casos, a pesar de las disposiciones legales, la tierra es adquirida sin la intención de usarla para los propósitos descritos en la licencia de desarrollo. Muchas son 'adquisiciones virtuales', que permiten al inversionista conseguir subsidios, obtener préstamos bancarios usando las licencias por la tierra como garantía, extraer madera o especular sobre futuros aumentos en el valor de la tierra sin desarrollarla. Por ejemplo, agencias estatales han estado concediendo licencias para plantaciones de palma aceitera por sobre 26 millones de hectáreas de tierra. Sin embargo, las 33 grandes corporaciones de palma aceitera de Indonesia sólo tienen planificado plantar alrededor de 300 mil-400 mil hectáreas adicionales de palma aceitera cada año." (4)
El problema más importante de los esfuerzos por definir reglas para la inversión responsable en tierras agrícolas, es que las reglas están siempre haciendo que el proyecto funcione para el inversionista. Las comunidades locales, los suelos, las cuencas, los mercados de trabajo local e incluso la situación de seguridad alimentaria para el país anfitrión, se manejan como factores de riesgo que necesitan ser mitigados. El objetivo es manejar los costos, incluyendo aquellos relacionados con los riesgos de reputación, para asegurar una ganancia aceptable. Las reglas para la inversión responsable en tierras agrícolas son, por lo tanto, para el inversionista. El preocuparse de las consecuencias para los habitantes locales se convierte en otro costo de hacer negocios, pero también en una fuente adicional de ganancias.
La credibilidad de la "inversión socialmente responsable" en tierras agrícolas en el mundo es extremadamente frágil, en el mejor de los casos. Los que trabajan por ella parecen vivir en su propio mundo autorreferente y pueden no tener un impacto real, lo que no es sorprendente. Otros sectores, donde esto se ha intentado —el algodón sustentable, la soja sustentable, el aceite de palma responsable, la madera responsable, los bancos responsables y otros, tienen un historial repleto de manchas. (5)
La esclavitud no se regula. Se declara ilegal. De la misma manera, cualquier enfoque serio para luchar contra el hambre y la pobreza requiere garantizarle a los pueblos el control sobre sus tierras y territorios, no directrices y reglas sobre qué puedan hacer las corporaciones y los inversionistas extranjeros para trabajar para sí mismos. Lo que necesitamos no es inversión responsable en tierras agrícolas, sino restitución. Por esto queremos decir que en vez de tratar de hacer funcionar esta nueva tendencia de financializar la tierra agrícola, se necesita detener estos negocios y revertirlos, restituyendo las tierras a las comunidades que vivían de ellas. Y en lugar de promover el crecimiento de la agricultura industrial, necesitamos fortalecer, en todo el mundo, el enfoque de la soberanía alimentaria, basada en las comunidades y en cada familia. Se están desarrollando iniciativas en estas direcciones, intentando detener los flujos de capitales dirigidos hacia firmas con historial de acaparamiento de tierra o hacia fondos establecidos específicamente para traficar con los derechos agrarios, junto con trabajo de educación y presión política para apoyar sistemas de agricultura comunitaria, familiar, de pequeña escala y mercados locales. Aunque es una batalla inmensa y cuesta arriba, está claro que necesitamos detener el financiamiento de los acaparamientos de tierras, en vez de intentar hacerlos responsables. 
Para ver el informe completo: http://www.grain.org/es
Notas:
1. Katie Beith, Secretariado de PRI de las Naciones Unidas, comunicación personal con GRAIN, 3 de julio de 2012.
2. Ver "Land grabbing by pension funds and other financial institutions must be stopped" ("El acaparamiento de tierras por los fondos de pensión y otras instituciones financieras debe ser detenido") Declaración de la sociedad civil contra el financiamiento de los acaparamientos de tierra, Bruselas, 26 de junio de 2012, Nota 1,http://www.grain.org/...
3. Ver Michel Merlet, "Investment: Magic Word or trap?" ("Inversión: ¿Palabra mágica o trampa?"), aGter, agosto 2012, http://www.agter.asso.fr/..., y H. Cochet y M. Merlet, "Land grabbing and the share of the value added in agricultural processes. A new look at the ditribution of land revenues", documento presentado a la conferencia internacional sobre el acaparamiento de tierras al nivel global, Universidad de Sussex, 6-8 de abril 2011, http://www.agter.asso.fr/....
4. "Energy, food and climate crises: are they driving an Indonesian 'land grab'?" (Crisis energética, alimentaria y climática: ¿están provocando acaparamiento de tierras en Indonesia?), East Asia Forum, 17 julio, 2012 http://www.eastasiaforum.org/...
5. Ver "Audits reveal no benefits from RTRS certification" ("Auditorías revelan ningún beneficio de la certificación RTRS"), CEO, Amigos de la Tierra y GM Freeze, 22 de mayo de 2012. http://www.corporateeurope.org/...

La desmoralización de España / Andrés Ortega *

Los españoles están desmoralizados, viven una crisis de autoestima. Las encuestas muestran que ven cada vez más negro no ya su presente, sino su futuro. Costó mucho, décadas, que recuperasen la confianza en su país. Esta confianza se ha quebrado de la mano de la crisis económica, de los problemas que conlleva para todos y para cada cual, y de las perspectivas de un rescate (no ya de la banca sino del Estado) que, tal es el abatimiento, mucha gente empieza a querer que llegue cuanto antes si ha de venir. Y por detrás, hay una crisis de la política.

La pérdida de Cuba en la guerra con Estados Unidos de 1898, el “desastre”, fue el detonante de una reflexión de España sobre sí misma que impulsaron las generaciones intelectuales del 98 y del 14. “Desde entonces”, escribió Vicens Vives, “el pueblo español ha buscado, como si fuera un elixir milagroso, una estructura política y social que corresponda con sus aspiraciones”. Con la Transición, durante tres décadas, creyó haberla conseguido, pero de nuevo emerge la idea de fracaso.

Para el historiador Santos Juliá no hay comparación con el 98: “Aquello fue otra cosa. Soldaditos macilentos que volvían en sus trajes de rayadillo, después de un desastre de derrota a una patria con un Estado literalmente en la ruina, o sea, quebrado y quebrantado: las gentes les llevaban bocadillos para que no murieran de inanición. Fue como la traca final de la mirada sobre la decadencia de España, que había inquietado a los liberales y conservadores del XIX”. De hecho, se tardó mucho en recuperar la autoestima nacional, probablemente hasta el ingreso de España en la hoy Unión Europea en 1986, o en el euro en 1999. Y ahora el posible rescate no ya de la banca sino de las finanzas públicas se vive, en palabras del Financial Times, “como una humillación”, en una España que creía haber puesto fin a su diferencia secular con Europa.

¿España deprimida? ¿Desmoralizada? Los psicólogos y psiquiatras se resisten a extrapolar la psicología individual a la social. Aunque hay una relación. La crisis está generando estrés en los individuos (por pérdida de empleo, incertidumbre, reducción de salarios, subidas de impuestos y carestía de la vida, etcétera). Y este estrés ha degenerado en desmoralización, individual y colectiva, cuando no depresión. “Cuando se somete a la persona (y a la sociedad, en cierto modo, también) a un estado de estrés mantenido, este se convierte en algo superior a lo que el organismo puede reducir con sus recursos psicológicos naturales”, señala la psiquiatra Lola Morón. “Cuando controlamos la situación, la sensación de amenaza desaparece. Pero, cuando es de descontrol, se recrudece. Eso pasa ahora también en la sociedad. Tenemos una sensación de vulnerabilidad constante, de que las cosas no están bajo nuestro control, y esto nos sitúa en un estado de alerta constante que acaba produciendo ansiedad y angustia en los individuos”, prosigue. Y añade: “Acaba por producir desmoralización y desesperanza. También produce un estado de apatía, ya que perdemos las ganas de pelear. Al principio se intenta, pero la apatía vence”. Y, en efecto, en esta España no hay espíritu de lucha para hacer frente a las dificultades. Aquí, tras cuatro años de crisis económica que se ha extendido a la política, reina la desmoralización. En Italia, más bien la ira —o, vulgarmente hablando, el cabreo— con los políticos.

La percepción no tiene por qué responder a la realidad. Hay dos Españas. No de acuerdo con la división tradicional entre una retrógrada y otra modernizadora, o entre la oficial y la real, sino entre una España que funciona y otra que no. La primera está formada por empresas punteras, grandes, medianas y pequeñas, que innovan y exportan. También cabe incluir un sector turístico que sigue siendo muy competitivo. La segunda es la ligada al ladrillo, ahora en crisis, o a sectores sin competencia real en su seno. Hoy domina la sensación de que España es toda como esta última, cuando no es así. Además, el paro, la crisis y alguna reforma (pues se han hecho pocas de verdadero calado) están teniendo efectos positivos en la recuperación de la competitividad española (y de los países intervenidos), como señalaba el semanario alemán Der Spiegel, citando un estudio de la Asociación Alemana de Cámaras de Industria y de Comercio. Pero esto no cala, pues predomina el abatimiento, y estos avances no se traducen en mejoras para las personas. Más bien, lo contrario.

En las últimas décadas, este país ha vivido un enorme progreso económico, político y social. El progreso se ha roto. No es tanto la sensación de que de nuevos ricos hemos pasado a nuevos pobres como de que nos hemos quedado sin objetivos y sin horizontes, o con un horizonte en el que los hijos vivirán peor que los padres. Algunos protagonistas de la Transición empiezan a preguntarse si acertaron y si aquello valió la pena. ¿Ya no somos ejemplo? Elementos esenciales de esa construcción están siendo cuestionados, como el Estado de las autonomías y hay una pérdida de la credibilidad de casi todas las instituciones. Pero, sin embargo, más allá de la admiración por el personaje, el sepelio este verano de Gregorio Peces Barba reflejó que había añoranza de esos tiempos en que por encima de la lucha política hubo capacidad de consenso.

Por otra parte, la salida neta de capitales es notoria (y legal; puede haber otra parte oculta). En el primer semestre de este año superó los 219.000 millones de euros, frente a un saldo positivo en el mismo periodo del año anterior. Es decir, que no solo los extranjeros no invierten, sino que mucho español ha estado desinvirtiendo y sacando depósitos al extranjero, lo que ahora es más fácil gracias a la UE y a la electrónica. Pero esto significa que muchos de los tenedores de esos capitales son los primeros que han dejado de creer en España. Y la gente lo percibe. Si la élite no cree en el país, ¿cómo se va a pedir que confíen los ciudadanos?

También pesa en el abatimiento la pérdida de peso de España en el mundo, y especialmente en Europa. Durante muchos años, España adquirió un peso relevante. La crisis lo ha rebajado. Además, el mundo ha cambiado. También para España. El caso más claro es América Latina, donde la actitud paternalista ya no tiene cabida. Es casi al revés: es América Latina la que ahora ayuda a España.

Un factor que contribuye al abatimiento es la falta de vertebración de España que hace sumamente difícil llegar a un proyecto de país para salir de la situación actual. A ello cabe añadir que la gente siente hastío del enfrentamiento político, y también que hoy por hoy no se les presenta una auténtica alternativa.

Y la crisis económica ha provocado no una crisis política, sino una crisis de la política, a la que han contribuido también los casos de corrupción. Según Fernando Vallespín, expresidente del CIS y catedrático de Teoría Política de la UAM, a través de las encuestas se detecta que “los ciudadanos no ven a los políticos como capaces de resolver sus problemas, sino como un problema más. Y esto suscita inevitablemente la cuestión de la deslegitimación del sistema democrático tal y como está concebido, y abre las puertas a la aparición de discursos populistas en la derecha y la izquierda. Pero a ello se suma en estos momentos la falta de liderazgo para dirigir a la sociedad en esta crisis”.

Santos Juliá ve en esta desafección hacia la política el único punto de comparación con el 98, “la desafección a los políticos como tal clase política; no a tal o cual partido, ni a tal o cual dirigente, sino a los políticos como clase, y de rechazo a la política como actividad; desafección y algo más que lleva a protestas multitudinarias, o acampadas en la calle, algo desconocido en aquellos tiempos”. Y, añade, “en este punto de la desafección igual alcanzamos los lamentos de nuestros bisabuelos y quizá hasta los superemos porque ahora el ruido que se puede formar cuenta con más altavoces y más potentes”.

Además, “tras la esperanza que supuso para muchos la llegada del PP al Gobierno, se ha producido una fuerte frustración de expectativas que, junto el empeoramiento de la situación económica y social, ha llevado a la sociedad a esta desmoralización”, según la socióloga Marta Romero.

La desmoralización deriva también de que los ciudadanos sienten que las grandes decisiones sobre España se toman fuera y tampoco ven que la solución pueda venir de fuera. La crisis de liderazgo en España se enmarca en una crisis de liderazgo en Europa. Y esta, a su vez, en la pérdida de cohesión y peso de Occidente ante el ascenso de otras potencias, como China. No es que hayamos pasado a la modesta España a la que se refiere Enric Juliana en su libro del mismo título. El verdadero peligro es vivirlo como una España derrotada, pues con la desmoralización no se logrará nada. Si arraiga este sentimiento, tardaremos años en recuperarnos.

La terapia de la verdad

La desmoralización viene también de la falta de perspectivas para remontar la crisis. Ningún político se atreve realmente a decir la verdad. Desde luego, el Gobierno prefiere el paso a paso, “la tortura de la gota malaya”. Pero algunos observadores estiman que para superar el “feed-back de iteración-depresión hecho a base de mentiras piadosas a las que siguen realidades crueles”, es necesario decir la verdad.

En esta línea, Carlos Alonso Zaldívar, diplomático y ensayista, considera que “la mentira domina cada vez más el debate público. El Gobierno está constantemente tratando de vender falsas esperanzas. La oposición vende propuestas de pequeños remedios. Pese a todo eso, la gente percibe que vamos a peor. Pero todavía insuficientemente. Nos espera un futuro peor de lo que la gente supone. Lo que habría que hacer es ir con la verdad por delante y con un plan para superarla. Decir claramente: nos esperan unos cuantos años peores que hasta ahora; solo haciéndoles frente saldremos bien; si no, nos seguiremos arrastrando quién sabe hasta cuándo”.

Un problema de esta terapia es la falta de liderazgo político para plantearla y la carencia, hoy por hoy, de un plan para salir de la crisis más allá de la creencia de que las reformas funcionarán y generarán crecimiento. Otro es si realmente se cura una depresión diciéndole al paciente la verdad de lo que le espera. La respuesta, según Lola Morón, psiquiatra, es “rigurosamente no. La depresión solo se cura con fármacos o con el tiempo. Sí se les abre una pequeña puerta de esperanza cuando se les dice que su padecimiento es tratable y reversible”. Y es tratable y reversible. Cada vez hay más gente en España tomando antidepresivos y ansiolíticos. “Los fármacos en una sociedad son leyes: leyes que cambien la política, la paralizante relación de la política”, dice el sociólogo José Antonio Gómez Yáñez, de la Universidad Carlos III.

Finlandia vivió momentos de crisis cuando se derrumbó su mercado con la Unión Soviética en 1991. Fue capaz de generar un amplio consenso social y político, y una estrategia de país que acabó resultando un éxito. España es una sociedad más compleja. Pero salir de la depresión requiere para los españoles la elaboración de un amplio acuerdo nacional con una estrategia-país, dificultada cuando a veces dominan los nacionalismos estrechos, soberanistas o españolistas. Es necesario que los españoles sientan que participan en la solución no solo asumiendo costes, sino también decisiones de futuro.

(*) Periodista y profesor 

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/09/10/actualidad/1347299292_052957.html 

Otros modos de pensar estratégicamente / Amador Fernández-Savater *

El debate sobre la eficacia no es algo nuevo en el 15-M. Está desde el comienzo. Qué queremos, cómo conseguirlo. Son preguntas que insistían una y otra vez en las asambleas de las plazas. Las posiciones se polarizaron enseguida: ¿debemos volcarnos en conseguir un consenso de mínimos que oriente la acción o el mayor logro del movimiento es el movimiento mismo, el proceso de aprendizaje de otras maneras de estar juntos? ¿Vamos lentos porque vamos lejos o vamos a menos porque no sabemos dónde vamos? No supimos o no quisimos inventar una diagonal entre ambas posiciones, una respuesta inédita al debate clásico sobre procesos y objetivos.

El debate se ha intensificado tras el primer aniversario del 15-M y en torno al 25-S. Viene atravesado por una profunda angustia: el proceso acelerado de la catástrofe económica amenaza con llevárselo todo por delante en un tiempo récord. ¿Cómo se frena esa locomotora desbocada y suicida? Se oye decir: el primer 15-M -un torbellino caótico y emocional, que avanzaba a golpe de improvisación, inmediatez y entrega humana sin límites- debe ahora dejar paso a otra forma “más eficaz”. Puede ser. El 15-M es un movimiento que evoluciona y se transforma: lo que sirvió en un momento dado puede no ser lo más indicado en otro, la fidelidad no significa repetición sino constante recreación. La gracia del 15-M es que es una idea viva y editable: se puede tocar, alterar, transformar. 

Problemas del pensamiento estratégico tradicional 
 
Pero, ¿qué significa “más eficaz”? El problema de la eficacia se vincula al de la estrategia: se dice que lo que necesita el movimiento para ser más eficaz es “pensar estratégicamente”. La estrategia es un pensamiento sobre la relación entre medios y fines, lo que se pretende y cómo se consigue. Implica fijar una dirección (finalidad) y tener visión de conjunto (totalizar). Y pasa por marcarse objetivos claros desde el análisis de la coyuntura, señalar con precisión al enemigo, establecer una continuidad de las operaciones, acumular fuerzas, medir bien los riesgos, etc. 

Me entran dos dudas. La primera: ¿se puede pensar estrategicamente una realidad fuera de quicio como la que vivimos, donde se encabalgan y entrecruzan los saltos, las aceleraciones repentinas, los conflictos y las negociaciones entre una maraña de actores heterogéneos? ¿Cómo pensar estratégicamente en contextos de fuerte indeterminación, complejidad y dispersión, cuando el pensamiento estratégico es siempre un pensamiento del largo plazo, la acumulación y la continuidad? 

La segunda: ¿cómo pensar estratégicamente desde un movimiento anómalo como el 15-M? Los que empatizan con él y sus detractores coinciden: el 15-M es verdaderamente una cosa rara. Un objeto volador no identificado. No se define como los movimientos sociales “de toda la vida” por una estructura organizativa y una identidad clara, con fronteras nítidas y filtros de entrada. Por eso tratamos de aferrarlo con imágenes diferentes y decimos que es “otro estado mental” o “un nuevo clima social”. Pero, ¿se puede pensar estratégicamente un cambio climático: ambiental, difuso, deslocalizado, intermitente, complejo?

Hay quien responde: “no hay estrategia posible, sólo nos cabe la improvisación”. Quizá. Pero lo que me interesa ahora más bien es indagar en otras imágenes posibles de estrategia. Empezar a pensar la política de otro modo fue sin duda una victoria del 15-M. Pero se trata de una victoria precaria: en proceso, en absoluto irreversible, que se trata de actualizar una y otra vez. Porque “la vieja política” no es tal o cual grupo determinado de gente, sino una pereza que nos atraviesa a todos: la de poner un saber donde debería haber un trabajo de pensamiento o creación. Quizá está un poco averiado, pero el saber estratégico tradicional es lo que hay. Sus esquemas mentales operan en nuestra cabeza y ordenan nuestra percepción de lo posible y lo deseable. ¿Podemos inventar otras imágenes de eficacia y estrategia más adecuadas al “nuevo cerebro 15-M”? El pensamiento de François Jullien me parece altamente inspirador a ese respecto.

La idea china de eficacia


François Jullien es un sinólogo y filósofo francés que ha escrito numerosos libros sobre las diferencias entre los modos de pensar chino y occidental. Su intención es salir del pensamiento occidental para mejor poder así interrogarlo radicalmente, es decir, llegar hasta la raíz: sus presupuestos, sus pilares, a veces impensados. Su manera de salir es dar una vuelta por China. China es el afuera que devuelve una mirada imprevista sobre el interior del pensamiento occidental. Jullien establece ese contraste a partir de puntos muy concretos: el arte, el cuerpo, el tiempo o el mismo pensamiento. El libro que voy a comentar (casi diría parafrasear, por eso ni siquiera cito) se llama
Tratado de la eficacia y es una reflexión sobre los distintos acercamientos al arte militar de la guerra: en China por ejemplo Sun Zi o Sun Bin, en Occidente por ejemplo Von Clausewitz.

¿Cuál es la diferencia? Occidente divide el mundo en dos: lo que es y lo que debe ser. Es el gesto platónico fundador de toda una metafísica o visión del mundo. La idea occidental de eficacia se deriva de aquí: se trata de proyectar sobre la realidad lo que debe ser (en forma de Plan o Modelo) y tratar de materializarlo (llevarlo a la práctica, aterrizarlo). Entre el ser y el deber media la voluntad humana de colmar esa brecha y “enderezar la realidad” (ponerla derecha, es decir según el Derecho, la Ley, lo que debe ser). El entendimiento abstrae y modeliza, la voluntad aplica, ejecuta. En el caso del arte militar de la guerra, el Estado Mayor propone el Plan y los ejercitos rompen las resistencias que opone la realidad. La batalla campal donde se lucha por aniquilar completamente al enemigo es el momento decisivo en el que se juega todo: la “esencia” de la guerra.


Según Jullien, los chinos piensan la estrategia de modo completamente diferente. No dividen el mundo entre el ser y el deber ser. Es decir: no parten de un Modelo o Plan, sino del mismo curso de lo real. Lo real no es materia informe o caótica que espera nuestra organización: ya está organizado. Tiene propensiones, inclinaciones y pendientes que se pueden detectar y aprovechar. Es lo que Jullien llama “factores facilitadores” o “potenciales de situación”. El trabajo del buen estratega no es modelizar y proyectar primero, para aplicar después, sino más bien escuchar, evaluar, acompañar y desarrollar los potenciales de situación. No actuar, sino ser actuado. No forzar: secundar. No perseguir directamente un objetivo, sino explotar una propensión. Porque los efectos están contenidos en ella. Es como surfear una ola: no se trata de domeñarla, sino de ir juntos hacia el mismo sitio. Dejarse llevar. El mundo sólo es resistencia y obstáculo desde la óptica del control.   


Dos figura clave del pensamiento estratégico occidental quedan aquí gravemente cuestionadas:


-la vanguardia-sujeto. La iniciativa no proviene de ningún sujeto, sino de la situación: la ola de fondo. De hecho las vanguardias (el Estado Mayor de la política) estropean los factores facilitadores al querer forzarlos: los saturan, no dejan que pasen los efectos, se hacen notar demasiado, volviéndose fácilmente identificables para el enemigo. Lo que la estrategia china requiere más bien son “retaguardias” capaces de escuchar, acompañar y cuidar los procesos. Siempre discretamente, dejando pasar los efectos. Su potencia es la del vacío: puerta, fuelle, boca o valle. Las retaguardias no decretan lo que debe ser, sino que evaluan y acompañan las fuerzas ya presentes. No planifican lo que debe pasar, sino que elaboran diagramas de lo que ya está pasando: qué pasa, cómo pasa, por dónde pasa. No planes, sino diagramas.


-la intervención-batalla. La batalla para los chinos no es el momento decisivo donde se juega el todo por el todo, la esencia de la guerra. Sólo es la materia visible sobre la ola de fondo: repunte, cresta, espuma. Lo decisivo se juega siempre antes. En la escucha atenta a los factores facilitadores, en el desarrollo del proceso, en el cuidado atento de las situaciones, en el acompañamiento discreto de los potenciales. Lo visible no es siempre lo más interesante. Lo excitante no es siempre lo más importante.


La hegemonía en Gramsci


China y Occidente no son compartimentos estancos. Jullien polariza para exagerar las diferencias y así poder verlas mejor, pero existen contaminaciones y líneas transversales. Por ejemplo, el pensamiento sobre
la hegemonía en Gramsci, el filósofo marxista italiano. Gramsci pensaba a la china al decir: “cuando se hizo la Revolución Francesa, ya se había ganado”. Se refería a que el movimiento de las Luces había socavado durante años los pilares del Antiguo Régimen proponiendo otra definición de la realidad: todos los seres humanos, independientemente de su origen, sexo o condición, son igualmente capaces y dignos. El poder del Antiguo Régimen se reproducía cotidianamente en las maneras corrientes de entender las relaciones, el trabajo o la política, a las que subyacían visiones del mundo jerarquizadas. La Revolución Francesa, antes que jugada excepcional que da jaque al Rey, fue lento desplazamiento sísmico, elaboración y propagación de otra visión del mundo. Construcción de hegemonía, dice Gramsci. El acontecimiento de la Revolución simplemente recogió ese fruto maduro (también es muy importante saber recoger el fruto o efecto, advierte Jullien, antes de que se pudra). Pero lo decisivo no fue tanto el día de la Revolución, como el proceso previo: silencioso, difuso, ambiental. Un cambio climático. Quizá algún revolucionario se quejaba un día antes del levantamiento “de que no pasa nada, con lo mal que está todo”. Pero en la lógica china las cosas más importantes pasan cuando no pasa nada.

El proceso constituyente está siendo


Jullien o Gramsci nos proponen otras imágenes para pensar la estrategia y la eficacia. No perseguir directamente un objetivo, sino más bien suscitarlo detectando los factores facilitadores y acompañando los potenciales de situación. Eficacia indirecta, estrategias oblicuas. Algo muy difícil de aceptar para nuestro orgullo occidental de autores-sujetos, para nuestra necesidad “estructural” de drama y heroísmo (el momento de la verdad), épica y epopeya (el relato del acontecimiento excepcional).


Pero en todo caso, mi idea no es contraponer las imágenes “buenas” de estrategia y eficacia a las “malas” y dar a elegir, sino sobre todo cuestionar los presupuestos e implicaciones del pensamiento estratégico tradicional basado en las nociones de dirección (finalidad) y visión de conjunto (totalización). El problema es la visión instrumental de la realidad que se tiene desde aquí. Los procesos no valen por sí mismos, por los nuevos valores que sean capaces de engendrar, por lo que en ellos podamos aprender. Sólo tienen valor en función del lugar que ocupan en el Plan. ¿Sirven a la acumulación de fuerzas? ¿Van en la dirección correcta? Son partes de un todo y puntos en una línea de tiempo preestablecida. El pensamiento estratégico tradicional implica siempre un gesto de centralización que se lleva mal con la autonomía de las situaciones, sus tiempos y recorridos propios.


El “proceso constituyente”, es decir el proceso plural y deslocalizado pero a la vez climático o ambiental (general), de desconfiguración de la realidad existente y configuración de otra realidad, está siendo. Lo decisivo es escuchar y sintonizar con esta ola de fondo.
La República del 99% ya está aquí (o de lo contrario nunca estará). Se trata de desplegarla: detectar, desarrollar, articular y comunicar sus potenciales de situación. La gran estrategia no tiene golpes de efecto, la gran victoria no se ve.

(*)  Editor e investigador independiente