La Unión Europea está viviendo una de las situaciones más difíciles desde su creación en 1957
con la firma del Tratado de Roma. La economía especulativa, engendrada
por el neoliberalismo, ejerce el control de la política por medio de los
monstruos sagrados de nuestro tiempo: los mercados. En función de los
intereses del momento, los mercados obligan a los Estados a someterse a
su voluntad a través de los conglomerados financieros que los controlan
con la ayuda de las agencias calificadoras de riesgo.
Estas agencias emiten juicios sobre la solvencia de los Estados y de
las empresas no en función de evaluaciones objetivas, sino de acuerdo
con los intereses -variables- de sus principales clientes, precisamente
los señores de las finanzas.
La intolerable dependencia de la política en relación a la
especulación financiera -y no la relación contraria, como fue en el
pasado-, así como el connubio entre ciertos líderes políticos y ciertos
capitalistas, y la consiguiente declinación de los valores éticos, ha
desembocado en la crisis global que ha paralizado a la Unión Europea
(UE), está llevando a sus países miembro a la ruina, y hace temer que
pueda desintegrarla.
Esta situación aflige a todos los Estados miembro de la UE, aunque en
grado diferente, y en particular a los países de la eurozona. Pero
también Gran Bretaña, que no se ha adherido al euro, encara un cuadro
económico de extrema gravedad.
Por lo tanto, se comprende que esta involución esté alejando cada día más a los pueblos de sus respectivos líderes.
¿Cómo se puede superar esta crisis, múltiple y global que, si bien
golpea en particular a Europa, también afecta a otras naciones
occidentales?
Yo creo que queda una sola salida, como consecuencia del evidente
fracaso de la ideología neoliberal: el cambio del modelo de desarrollo
económico y la creación de un nuevo paradigma.
Es curioso comprobar la aceleración de los cambios en nuestros
tiempos. En apenas 20 años hemos asistido a la declinación de las dos
grandes ideologías contrarias que marcaron el siglo XX: el comunismo y
el neoliberalismo.
Para que sea posible la emergencia del nuevo paradigma, debe tener
lugar una revolución -que espero sea pacífica-, que restablezca la
primacía de la política sobre la economía y la vigencia de valores
éticos estrictos.
En el plano económico, se deben restaurar las reglas y el control
sobre los mercados y acabar con los paraísos fiscales, las economías
virtuales, las agencias calificadoras de riesgo y todas las modalidades
que han facilitado la hegemonía del capitalismo especulativo y nos han
arrastrado a la crisis actual.
Una premisa es la profundización de la democracia en nuestros países.
Debemos ser más liberales, no en el sentido económico, sino en el
sentido político y también social, pues estos son valores fundamentales
de la identidad europea. La inversión del ideario liberal es uno de los
equívocos fomentados por el neoliberalismo.
Otro concepto que hay que esclarecer es el de la identidad política.
Tradicionalmente, y hasta nuestros días, las dos grandes corrientes
ideológico-partidarias del viejo continente han sido la democracia
cristiana y el socialismo democrático.
Sin embargo, aunque sigan llamándose socialistas o democristianos, la
gran mayoría de los gobernantes de los países europeos son
ultraconservadores. En verdad, hoy escasean los políticos que pueden
ser considerados auténticos socialistas o democristianos.
Desde mi punto de vista, esto es lo que explica que los líderes
europeos, cuando asisten a las reuniones cumbre de la UE, no tengan el
coraje ni la voluntad política de modificar el modelo económico.
La reforma del modelo, aunque solo fuese parcial, implicaría
necesariamente afectar a ciertos intereses y hacer peligrar la
connivencia malsana entre la política y los negocios, que está ligada al
financiamiento de los partidos políticos. La consecuencia de esta trama
de intereses es la parálisis de las instituciones europeas y de los
Estados miembro de la UE.
Estamos, por lo tanto, en una encrucijada. O la Unión Europea ejecuta
las reformas que la hora requiere y volvemos a ser un faro de esperanza
en un mundo que es cada vez más interdependiente y que reclama un nuevo
orden, o, tal como lo ha advertido un análisis del comité de sabios
presidido por Felipe González, nos encaminaremos hacia una triste e
inevitable decadencia.